domingo, 17 de diciembre de 2006

Anda, pídeselo a los Reyes Magos...

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si lo precisas y te atreves... pídeles que se lleven para siempre tus miedos. A tu miedo a no poder vencer miedos libres que se expanden a menudo en ti, a su antojo.

Miedo a las verdades que sobre ti descubrieron, a las piadosas mentiras y disimulos de otros que, quizás, te sostienen, a los decepcionados "ojalá".
A que la margarita diga no, a que diga sí, a que no diga.
A cierto tipos de ruidos, al silencio, al vacío terror.

Miedo a sobrevivir siempre esperando en ascuas, a desesperar, a las pesadillas.
A no ser capaz de llorar o a las mejillas resecas de lágrimas.
Al buzón sólo lleno de facturas, avisos de apremio y publicidad,
a tus teléfonos con ciertos números entrantes restringidos.
A aparecer en casa o en cualquier parte, de cualquier manera, sin que a nadie importe demasiado, a no oír nunca más "te quiero", "te deseo", "te creo".

Miedo a que la magia de tu genio, inteligencia, pericia y habilidad, siendo sólo cosa tuya como tú bien sabes, lo sepan los demás y no existan los Reyes Magos para evitarlo, como llevas tanto tiempo barruntando.
Ese que, a menudo, se acuesta y levanta, escribe en el blog, baja a la tienda, come, observa, escucha trabajando de lo lindo anotando pormenorizada, escrupulosamente, siempre alerta acechando gestos, detalles y actitudes de familiares, allegados, conocidos, vecinos y nuevos contactos, por si acaso..., contigo.
A tus pesadas maletas siempre preparadas en la cabecera de tu cama, llenas de miedo.

Anda, si lo precisas, atrévete, no le des más cancha y pídeles a los Reyes Magos que no te traigan nada, que esta vez se lleven. Ruégales manuscritamente, con infantil fe, que, como el más excelso regalo de por vida, se lleven para siempre, envueltos en papel dorado entre lazos rizados de colores...
tus miedos.
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sábado, 9 de diciembre de 2006

Cuento siniestro de Navidad.

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Al bajar del tren, vi al hombre del parche acercarse y se paró frente a mi.
—¿Doctor Vega?
Le reconocí de inmediato. Se presentó por su nombre y sus dos apellidos, me estrechó la mano y me ofreció subir a su nuevo coche aparcado cerca.
Era el hombre al que, con algunas copas de más en mi haber, atropellé y certifiqué cadáver en accidente de automóvil, con una placa de donante colgada al cuello. Como si conmigo no hubiera ido la cosa, justo un año antes, la noche de Navidad.
—Se irá acostumbrando poco a poco a vivir sin uno y otro —Me dijo.
Luego me habló del niño que había recibido uno de sus riñones, extraído de su espalda antes de ser descubierto vivo. Me dijo que debía ir a visitarlo por que el chaval estaría encantado de conocer al doctor sin cuya confusión no hubiera sido posible la donación.
—Me consuela que sea así —Le dije.
Después me habló de su ojo, el de la cajita, y me rogó que lo cuidara. Me dio todos los detalles de cómo mantenerlo y limpiarlo. Añadió que él prefería llevar parche toda su vida sobre el cuenco del ojo donado a un desconocido, para no volver a ser objeto de errores peligrosos.
—Un riñón tiene remedio, sin un ojo uno puede valerse mal que bien, pero imagínese usted que me hubieran quitado los dos ojos.... o el corazón...
—Fíjese, menudo trastorno, hubiera sido fatal –Dije.
Cuando amanecía y del pueblo empezaron a salir minúsculos coches dormidos, seguramente conducidos con varias copas de más, sacó el bisturí.
Se justificó mucho rato, le dolía hacerlo, creo que era un buen tipo.
Me dejó herido en la puerta del ambulatorio del pueblo.
—No olvide cuidar el ojo de cristal, siempre le tuve cariño.
Me palpé la chaqueta a la altura del bolsillo interior donde llevaba el ojo postizo que me donó e intenté caer boca abajo, ladeado, tratando de no afectar los abiertos vacíos de mi espalda y mi ojo derecho.

—Descuide... -Dije antes del desmayo.
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domingo, 3 de diciembre de 2006

De la noche a la mañana.

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Desperté sobresaltada al lado de un hombre desconocido, sucio, horrible, gordo, sudoroso, repugnante. Me levanté asustada, llegué hasta la pieza contigua, un baño, y al mirarme al espejo, vi a una abandonada, ajada, arrugada mujer extraña. Tocaba mi rostro y en el espejo se reflejaban mis movimientos.
Esa era yo.
No sabía dónde estaba. En la pieza contigua había una chimenea con fotos en la repisa. En una salían cuatro pensativos niños cogidos de la mano y, en otra, jovencísima y triste, la mujer del espejo junto a los mismos niños y el hombre de la cama en cuclillas con aspecto siniestro y estúpida expresión.
No conseguía entender nada, ¿Qué hacía yo allí? ¿quienes eran ellos? ¿Quién era esa mujer en la que me había transformado?.
¡OH! ¿Es una pesadilla? ¿Esto es el futuro? ¿Me he reencarnado? ¿Y sí padecía amnesia? imposible, me acordaba perfectamente de la noche anterior, del beso de buenas noches de mi madre, de la cena... de mi felicidad libre bajo las sábanas...
¿Y mis sueños de salvar la naturaleza inventando una pompa que sustituyera a la capa de ozono? ¿Y mi compromiso radical por hacer posible un mundo mejor? ¿y mi lucha por la igualdad entre sexos, la negación de obligatoriedad familiar, el sometimiento al macho y la píldora anticonceptiva?? Todo eso había desaparecido de mi "yo"???!!!.

De ser lo que parecía, comprendí, tenía un presente y un porvenir terrible, arrastrando un pasado sin mí. Si por lo menos aquel hombre se pareciera un poquito a aquel muchacho de la facultad que me volvía loca!!!!
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domingo, 26 de noviembre de 2006

El inquilino.

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El vacío había alquilado su mente y no quiso irse ni pagarle.
¿Cómo puedo echarlo?, se preguntaba.
Ah... Tal vez metiendo cosas hasta no dejarle espacio alguno.
Y como a duras penas pudo, fue haciéndolo creyendo ganarle el terreno,
pero el vacío siempre acababa por devorarlas. Tiene mucha hambre. Voraz.

¿Si le arrojo un pensamiento ajeno, se lo tomará para cenar?
¿Si le lanzo un poema, lo atrapará de inmediato con sus afilados dientes y lo masticará hasta que desaparezca?.
Lo bueno del vacío es que no ensucia demasiado mi territorio mental, más bien al contrario, lo limpia,
que no hace ruido alguno, muy al contrario, me quedo felizmente dormido sin darme cuenta y los momentos que me mantengo despierto, sin reconcomes, hasta me oigo a mí mismo, como ahora.
En eso debo estarle agradecido, como en su discreción y más cosas, porque hay otros inquilinos como la esperanza, la alegría, el miedo o el amor que, cuando aparecen, destrozan cuanto tienes, desordenan tu interior, te quitan el sueño a base de controversias y sentires que te hacen estúpidamente bailar, tararear o cantar y soñar estando despierto, sin poder pegar ojo, y luego chismorrean con los vecinos y dan el coñazo reprochándote tus obsesiones, excesos, costumbres, rarezas y hábitos.

No lo van a creer quienes me conocen, pero estoy seriamente considerando la posibilidad de abandonarme por completo a su extraordinario trato, consideración y respeto.
Hasta le pagaría yo, en realidad, para que se quedara...pensaba.
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sábado, 18 de noviembre de 2006

Juegos de baile.

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Nunca fue un “pasen y vean lo que hay en mi corazón”.
Cansado de palabras desprovistas de valor y con una visión difuminada del exterior y de su interior, no se molestó en calibrarla cuando apareció en su vida en la que se introdujo de puntillas aposentándose sin pedirle permiso.
Ella, disfrazada de tímida, trataba ser misteriosa, sincera a deshoras y, aunque siempre iba de buena, lo pudo él constatar, era una auténtica desalmada cabrona.
Esa partida él ya la había jugado y perdido antes varias veces, pero aquel verano estaba cansado y harto de ser un esperanzado amante perdedor solitario sin nada más por perder o esperar y, sabiendo que él también podía y sabía jugar por jugar, esa vez las reglas del juego correrían por su entera cuenta, sin riesgos.
Y juntos bailaron durante meses al son de la indiferencia, el consentimiento y el desdén.
Infeliz y estúpido se lo creyó, y mientras iba avanzando el baile y siguiendo el ritmo en danzas, la fue conociendo bien en trampas, engaños y traiciones aunque, no obstante y muy a su pesar, tuvo amargamente que reconocer se hallaba de ella en profundas enamoradas condiciones,
-“¡ es que nunca vas a aprender !”-.
Por eso, cada noche, cada madrugada, cautelosa, sigilosamente, se escapaba hasta la mañana, considerando que, de quedarse, su sentimiento por ella al permanecer a su lado y sentir su pausada respiración, contemplándola, sintiéndola desarmada, dulcemente dormida, se haría, si cabía, aún mayor...
Hasta que una tarde anochecida, cercana la navidad, después de hacer el amor, ella cerró a cal y canto la puerta de la casa y de todos los armarios escondiendo las llaves, se puso sus pantalones y la camisa del día que había él dejado en la cesta de lavado y, relajadamente satisfecha se acostó bostezando a placer, dándose la vuelta en dirección a la pared mascullando...
“Ya no podrás jamás escapar”. Siniestramente sonriendo.
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sábado, 11 de noviembre de 2006

Fugas.

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Conseguir, por fin, ser otro, puede suponer un grave e incómodo riesgo.
En mi caso, conseguirlo, fue glorioso. Me reí a mandíbula batiente celebrando mi inteligencia y la ignorancia de los demás durante tanto tiempo... que en la constancia en el divertimento de la consecución... la voz se me abroncó y se me expandieron los rasgos faciales marcando nuevas líneas de expresión. La nariz se me acható, la mirada se me almendró y el cuerpo, como la mina de un lapiz, se me afiló.
Aunque, como el asunto lleva su tiempo en el esfuerzo... decidí darme un respiro ganado y descansar a pierna suelta, a cubierto, en casa de mi madre a la que hacía años no veía...
y no me reconoció!!!.
“Que soy yo…tu hija”,
“Señorita, por diós , márchese, le ruego no me intimide” respondió.
Me marché vengadora dando un portazo, hubiera abofeteado con placer a la vieja!!.
Daba la vuelta a la manzana pensando, maquinando cómo podía a mi madre meter en vereda dándole una buena lección, cuando la policía me detuvo bajo acusación de allanamiento.
Me llamaron “sinvergüenza asustaviejas” y trataron de intimidarme con todo tipo de coacciones y amenazas... a mi...!! hasta que conseguí aceptaran la prueba de mi inocente cordura y su locura.
Les entregué el DNI y me acompañaron a casa para que la denunciante les enseñase el suyo.
Mi madre, trémula, ridícula, ni sombra de lo que fué, buscó, primero simulando calma y luego con descolocada ansiedad, la cartera dentro de su bolso. Y no la encontró.
La policía me pidió disculpas y a ella se la llevaron. Me moría de risa cuando salió...
Es lo malo de conseguir por fin ser otro, que puede pasar que ni descansar a pierna suelta puedas en tu propia casa
y ni te reconozca la madre que te parió...
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viernes, 3 de noviembre de 2006

Acorde.

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Tras largas esperas y silencios,
su teléfono móvil se ha llamado a sí mismo. Tres veces.
Sonó la marsellesa y apareció su propio número en pantalla.

Ordenaba su biblioteca cuando se llamó por vez primera. Por no pecar de escéptico descolgó con intención de contestar, pero comunicaba, no podía ser de otra manera, eran dos, el aparato y su propietario utilizando la misma línea.
No supo el tiempo que pasó entre la primera llamada y la segunda, pero cuando volvió a sonar aún tenía el teléfono en la mano y la mirada atónita; lo desconectó y siguió aferrándolo con extraña voluntad. Así pasaron veinte minutos. Entonces volvió a conectarlo, se mantuvo expectante un minuto más y no sucedió nada. Con el ánimo más sereno puso el inquietante aparato sobre la mesa.

Se disponía a retomar su labor de archivo cuando sonó un doble pitido. Un SMS.
Un mensaje vacío, sin palabras, con su número como remitente.

Se ha percatado que al teléfono como a él se le fuga el alma, y él, que prefiere no saber de sus escapes, por respeto, ha dado de baja el servicio de identificación de llamadas y, considerando que ahora son dos,
ha cambiado su contrato telefónico por otro...
más acorde a sus necesidades.
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domingo, 15 de octubre de 2006

Un destino.

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Hoy te voy a hablar sin remilgos, como me dicta el corazón. Y es que siento que, a pesar de todo, el destino encierra cierta extraña forma de justicia, aunque en ello no intervenga entendida la razón.
Cuando es adverso, nos rebelamos en un principio contra él, pero cuando nos susurra los secretos de nuestro espíritu a solas, en calma, deberíamos, a veces, inclinar la cabeza en consecuente acato después.
Que ahora comprendo y en mi haber y conciencia meticulosamente apunto que, de haber continuado en lo que andaba, la destrucción hubiera sido completa en mi desgracia y los destinos de los por mi amados sin redención destrozado, de no haber el destino tomado cartas en el asunto.
Mi mujer, mis hijos, principales piedras de toque, carnes descarnadas de mi cañón, bajo mi solo dominio fueron enrojeciendo sus ojos a la par que los enrojecía yo, marcando sus ojeras como si las mías fueran y sin cejar en el intento por disimular ser otras personas, cayeron en la más profunda humillación, a mi arbitrio y, por completo, libre disposición.
Mi familia no decía nada ni propiciaba de encuentros la ocasión, pues al igual que yo hacía por no verlos, ellos preferían no verme. Luego me dijeron que actuaron así por..., creo recordar, respeto y discreción??.
Mis amigos, los verdaderos, los que jamás antes me fallaron ni hasta la fecha me han fallado y a mi lado se alinearon, trataron de advertirme innumerables veces. Por eso de ellos me alejé y en cuanto pude, me deshice, tratándoles de pandilla de fascistas e hipócritas coñazos moralistas, antes de que el destino asomara su oreja y señalara con su dedo mi dirección, con terrible simetría y en perfecta proporción.

Hoy te lo digo desde aquí, sin remilgos, como me dicta el corazón, sosegadamente, en soledad los secretos susurros de mi espíritu escuchando, comprendiendo, estimando que, en realidad, después y a pesar de todo, el destino encierra una cierta extraña justicia aunque en ello no intervenga entendida la razón.
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domingo, 8 de octubre de 2006

Padres.

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Que los padres tratan a todos los hijos por igual, en consecuencia, y a todos aman con idéntica intensidad e incondicionalidad, ateniéndose a constantes objetivas universales evidencias y personales e intransferibles innumerables afectadas experiencias,
resulta no ser verdad.
Que negando en redondo tales evidencias los padres, en sí mismos probadas, se engañen, no engañando a nadie más, a viva voz proclamando, infinitamente reiterando que, de entre ellos, si les dieran a elegir, no podrían a ninguno sobre otro preferir, convirtiéndolo en universal axioma, no es nuevo ni inventado.
Dando algunos por buenos terribles tratos con los hijos practicados, humillaciones y descartes, a su suerte abandonados, por su propio bien, es otra gran forma de amarles... según quien...
y, por el contrario, tantos que extraordinarios padres siendo, por sus hijos o por alguno de entre ellos, no son considerados, respetados y bien tratados y, sin embargo, son, por igual, todos los hijos en sus corazones por igual amados e, incluso, suele pasar con harta frecuencia, el de más en alto grado engolfamiento con ellos desalmado, en primer lugar colocado y tenido en cuenta, comprensivamente tratado.
Y, por haber de todo, también los hay con un hijo solo en cuyo toda su atención, peso y sueños depositan, vaciando, quizás, de propio contenido el espíritu propio que lo habita, en constante recuperación.
A lo crudo del asunto y su trato se pueden dar infinitas razones pero... a mi humilde entender,
ser padres, optar por tener hijos, no es cosa de ciencia, costumbre, azar, circunstancia o capricho si no, por completo, de profunda capacidad vocacional para el de por vida en profesión del corazón ejercicio, elevar a categoría de arte,
cuyo principio fundamental a sus espíritus, como una lapa apliquen, no poder jamás, siendo de tal causa sustanciales partes,
jueces y partes ser.
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domingo, 1 de octubre de 2006

Hermanos.

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Hay quien tiene hermanos de sangre, de amistad o adoptados, bien amados,
y quienes hermanos teniendo, por avanzada edad, como nietos por sus padres fueron tratados consentidamente recibidos y, como hijos, por sus hermanos de por vida sentidos.
Hay hermanos que no se tratan e incluso odiarse proclaman no pudiéndose ni ver siendo de la misma sangre y, los hay sobrados, mediohermanados, que por entero se aman.
Hay quien es hijo único recreando hermandad, haciendo de vecinos familiares y, de amigos, hermanos auxiliares. Disfrutando o sufriendo, a su manera y conveniencia, su real exclusividad.
Y aunque en los lazos de la sangre y en su incondicional peso la fe ciega de otros no profeso, a veces, me encuentro pensando... de entre los hermanos de los mismos padres, por las mismas sangres engendrados..., en los míos los pensamientos afianzando.
Puedo mirar a mi hermana mayor, a la mediana o a la pequeña. Pararme a mi único hermano a considerar, considerando que, de no ser yo quien soy, cualquiera de ellos, fijo, yo podría haber sido.
Pues fueron los mismos dos impulsos unidos, idénticos resultantes flujos y reflujos creadores de vida en consecuencia resultando, herencias genéticas y adeenes al unísono atando, en idéntico orden y concatenación, sin fisuras, el respectivo origen vinculando por siempre, de cuanto ellos resultaron ser y resulté ser yo. Esos mismos dos los que, en deseos acudiendo, marcaron las entre hermanos azarosas naturales diferencias, como única excepción, en la fecha una décima de segundo en la de cada vida concepción.

Quizás es por eso que ... en sus cumpleaños o en cualquiera de ellos celebrado o desgraciado evento o estado circunstancial, para bien o para mal, siento en mi sentir profunda legimidad.
En lo interno y externo única e irrepetible individualidad, anidada entre la de ellos en suprema esencia, la mía, y en gran medida pareja,
en exclusiva identidad.
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martes, 26 de septiembre de 2006

Salvo excepción,

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como siempre, ni una llamada, ni un mensaje de voz en el contestador. Ni unas letras en el móvil nadie le puso por mas que, desesperadamente, esperó.
Familiarmente sintiendo que el silencio se expandía, como un gas, por toda la casa, solo escuchando de sí mismo la respiración, como siempre, enchufó música que, a medias, del sonido de sus propias pisadas y movimientos, le salvó.

Y mientras malamente de sí mismo se iba librando, en cómo vivirían los que en él no pensaban ni con él contaban, viviendo solos o acompañados fué imaginando.
En cómo sería su misma casa habitada por dos, tan pequeña y a su gusto llena, y sin embargo tan vacía en huecos a su lado sin ocupar. En la mesa, enfrente, a la hora de comer, en el lado izquierdo de la cama, en el derecho del sofá... tener que dejarle, incluso, conducir su propio coche... mezclarse, intercambiarse, tener, quizás, otros puntos de vista opuestos a los suyos del exterior... distintos al de las noticias de la mañana, del mediodía, de la noche...
Por inercia, encendió el televisor. "Noticias otra vez", murmura. Cambia de canales cien veces pareciéndole todo basura. Y, como siempre,
con la música y el televisor del silencio rescatándole, pues de todo lo que pasaba en el mundo sabía pero nada de nadie y de poco, en realidad, conocía y entendía, ante el PC se apoltronó para por fin ser otro, de sí mismo por completo librado sin ser molestado, invadido, modificado y descubierto,
salvo excepción,
en chats, foros y blogs.
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lunes, 18 de septiembre de 2006

Espejos.

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A su vuelta,
después de varios años de mercenarios secretos servicios y pingües beneficios en extranjeras contiendas obtenidos, se dispuso Oscar a invertir lo tan extraordinariamente bien pagado, borrar de cuajo de su memoria lo por su propia mano de cuajo segado y, deportivamente, retomar antiguos confortables saneados hábitos, costumbres, rutinas, bondades y amistades.
Viviendo en paz, frotándose las manos.
Como si nada hubiera pasado.
Pero a menudo, desde su retorno, en los ojos de las personas que se encontraba o citaba, en privados o públicos lugares, le parecía advertir algo indefinible que reflejaba su propio para los otros “no ser”.
Y un día, por casualidad, mientras hacía la compra en el supermercado, miró hacia el espejo en un lateral situado y lo que vio fue una vaguedad, casi una especie de sombra allí donde debiera haber él estado, como el resto, reflejado.
En tan alto grado se dio la apreciación que, abandonando la cola, perdiendo la vez, desde otro ángulo aún más cercano y anexo desde el que mejor poder verse, frontal, volvió el espejo mirar, no encontrando rastro alguno que de sí mismo diera fe ni advertencia de su lugar en tan expreso primer puesto.
Sencillamente, no estaba allí.
No del modo y la manera que pudieran percibirle, verle y sentirle como él veía, percibía y sentía. No de esa manera que cualquier espejo la faz en los ojos refleja la realidad mostrando perfiles de una pieza, que, enteros, no fueron perdiendo por el camino el paso, el peso, el supremo escrúpulo en el caso de obediencias debidas sus bolsillos llenando, segando vidas.

Así fue como Oscar, temiendo y en cierto modo acatando de lo comprendido las secretas propias leyes naturales en consecuencia, en las colas a todos dejaba antes pasar, perdiendo la vez, el número y el turno, siendo el último atendido, dilatando cuanto podía su tiempo, retrasando a toda costa mirar su conciencia, saber de qué estaba ya compuesta y cuál era su contenido.
Contentándose con observar a los amigos de lejos,
dando por rotos los espejos.
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domingo, 10 de septiembre de 2006

De ex-preso contenido.

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Por mi madre lo juro y ustedes comprenderán.

Sentir el pleno rechazo de quienes antes me buscaron, conocieron, valoraron y de mí sobrada, largamente se beneficiaron y a mis expensas se salvaron, es una lección amarga, difícil de encajar.
Constatar que cuando fui de entre ellos el descubierto y la defensa y coartada probada por su parte omitieron y la totalidad de la culpa sobre mí cargaron, dejando para ellos en el mundo de los vivos, definitivamente, de existir, es un bocado difícil de digerir.
Por esas y muchas otras inconfesables razones de peso, ahora, aún habiendo por todos ellos, por mí toda la minuta cumplidamente pagada, mi mera presencia hace que esa misma cómplice en trapicheos gente, se sienta incómoda y evite dar a entender a mi persona haber estado vinculada alguna vez.
¡¡¡ Y aparezco de pronto, como Lázaro regresado de entre los muertos, para dar fe del milagro ante aquellos mismos que, en su descargo, le enterraron!!!.

Sin embargo, en mis horas mas serenas y razonablemente ecuánimes, me parece sobradamente justificado que esa gente me rehuya, finja despreciar y mucho tema. Tanto por mi torpeza y temeridad en su seguridad, como por la deuda hacia mi silenciosa, con respecto a ellos, integridad. Y estimo se han de cuadrar bien entre ellos y yo las cuentas, servidas en bandejas de plata, por separado, dejando para los postres el arqueado, el menú de la casa, la factura pormenorizada y, de las partes, en orden alfabético, las quejas.
Por esas y otras muchas inconfesables razones de peso, ante y tras el espejo, con maestra destreza, innumerables formas de indiferencia, imposición, apostura, entereza y refinadas o abruptas intimidatorias formas, ensayo sin desmayo el justo de la cuenta redondeo, exactamente calculando, profundos avatares gestando, antes de saltar bien armado al ruedo y pisar fuerte el terreno de ajenas y propias vilezas en tan enconado rejoneo.

Por mi madre juro que pagarán,
y ustedes, quizás, en alguna medida, me comprenderán.
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sábado, 2 de septiembre de 2006

Tahúres.

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Hay veces que ganamos perdiendo y al contrario.
Al margen del tesón, el deseo y la voluntad, se encuentra la arbitrariedad azarosa de la existencia, sin tenernos en cuenta.
No obstante, hay tahúres que se mecen en brazos de la constante.

En la vida de ciertas personas hay sobrados momentos que, considerados a “posteriori”, aparecen como líneas definitorias de un espectacular ascenso, las de un espectacular declive.
Incluso hay momentos, días en sus vidas, en los que, simultáneamente, se les dan ambas cosas. Pese a estar llegando a la cumbre o haber llegado, vinculante, se ubica, cuesta abajo, el declive adosado.
Cada cual puede creerse más fuerte o débil de lo que en realidad es, haciéndole un "envido a la grande" a la vida, perdiendo el control y la partida.

Comienza entonces de nuevo el olvidado aprendizaje de escuchar el secreto sonido de anidados temores, miedos certeros que durante algún tiempo consiguieron mantener amordazados, soterrados bajo animoso espíritu, en existenciales cabriolas y juegos de manos.
Quizás es la razón por la que ciertas personas concentran por completo en su persona toda la atención, toda la energía y primoroso cuidado. Para disipar, acaso, la oscuridad.
Acaso, para perfeccionar sus tretas en el juego y recolocar sus cartas en la manga guardadas con el empeño, siempre escaso de luces el narcisista, de hacer de ello un pseudoarte el pseudoartista, apostando por su destreza para no ser cazados, descubiertos, evitados, expulsados del paraíso del común de los mortales conocedores de sobras, por simple y llano instinto, de insolvencias, sableos y trampas, de los que, como él, con faz amable y verborrea en trances, atrozmente abusan, reiteran y en falsas humildades ensalzan, marcando de antemano sus cartas.

Es el caso de Erika H. a la que encontré, como siempre, en barbecho.
Como antes, como ahora, como siempre... con ternura.
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domingo, 6 de agosto de 2006

A tiempo.

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Preparada a conciencia para huir, seducir y, a su edad, volver a empezar, en la dilatadísima espera, ya no sabía hacia dónde mirar.

Después de varios arreglos, su cuerpo entero le resultaba incómodo. Su rostro, ni sombra de lo que fue, a una muñecona antigüa pertenecía, con asombro fijo en expresión, en general expectación. Sus caderas parecían ser de otra persona, sus senos, costales cargados de cemento, sus abultados pies, sin natural asiento.
Tal vez debió ponerse unos zapatos menos altos y mas sueltos, un vestido menos estrecho, un sostén mas amplio que dejaran mas libres sus recompuestos pechos,
pero a esas alturas de su película en eso pensar no cabía, solo aguantar, tener fe, esperar con un tierno infante en la idílica prometida, de sí misma, la huída.
Y prefirió volver a sentarse, volviendo a preguntarse: No acude!!! ¿Qué le pasa?,
pero de momento optó por seguir sosteniendo en apariencia el tipo, disimulando la dolorosa contrariedad, y nadie la descubriera a esas horas, en ese lugar, tan lejano de su casa y sociedad.
A deshoras, a destiempo, no le asistió ya su voluntad de esperanza, fe o caridad... deduciendo, cabalmente comprendiendo, la realidad.

Comenzó por el vestido y el sostén aflojándose para, a continuación, con fuerza, arrancar de los a voluntad enchanclados zapatos los altos tacones, ensañándose, y rematar su personal adecuación en el cabello, como antes siempre, en la nuca, anudándose.
Abandonó la chaqueta de gran marca estrenada para la ocasión sobre el diván en el que durante horas esperó y con el bolso por bandolera pegado a su espalda y el neceser en volandas, sin volver la cabeza, con decisión, abandonó el aparente garito con paso seguro e interna profunda, de sí misma, verificación.
Poco a poco, como nunca antes en ella el milagro se produjera, sus brazos se hicieron livianos comenzando a convertirse en largos pañuelos de seda y sus piernas, como gaviotas en secano, simétrica, rápida, armoniosamente se alinearon.
La seda se convirtió en finas tiras largas, las tiras en capullos, los capullos en rosas y las rosas...

en felices agradecidas indultadas mariposas.


Hasta pronto amig@s, me voy a tomar unas vacacioncitas pero desde donde esté, en la medida de lo posible, os seguiré. Total es cosa de poco tiempo.
Y disfrutad, que son cuatro días y dos de ellos, nublados.
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lunes, 31 de julio de 2006

Como yo.

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Cualquier persona nacida,
que durante meses en las cálidas entrañas de su madre su existencia fraguó,
feliz de haber gozado, triste por haber sufrido, hecha de sangre, esperanzas, sueños, flujos, juegos y dolor,
trabajando su futuro, anhelando ser cada día más persona con el ansia de encontrar, más completa, una verdad. Con miedos, rencores, secretos, trampeos, deseos y amores.
Como yo.

Cualquiera que, como cualquier persona, varias veces fue salvada y otras tantas por otros condenada, que se arrepintió y pidió perdón decidiendo restarle a todo importancia para dejar hueco a la redención,
amamantada, forjada con pasión, dotada de adornos y altos valores por los que aman, al margen de cualquier humillación,
que buscándose en ojos y brazos de otros ante el destino se enlazan envalentonándose, galleándose dentro del vital baile luciendo apostura, aparentando entereza, volviendo luego a su ser para seguir siendo lo que verdaderamente son, entretejiendo su personal ética y particular estética, a su caer y entender, con supremo instinto de conservación.
Como yo.

Personas cargadas de eternos, comunes universales atributos humanos, que
mueren a diario por intereses de otros, violenta o lentamente, desarmadas, vulnerables, ajenas, sin poder defender, a los de puertas adentro, suyos, su casa, su pan, su diaria de la existencia reinvención, sin honor.
Por expresas directas órdenes, por cómplices indiferencias a sus expensas,
de personas nacidas,
como yo.
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viernes, 21 de julio de 2006

Como pétalos.

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Quien más, quien menos y aunque parezca que no,
celosamente guardamos recuerdos en latitas, lágrimas en frasquitos, goces en papel plateado y, lo más amado, entre papel dorado.
En mayor o menor medida, intensidad y cantidad, palabras que han hecho blanco en nuestro espíritu, miradas grabadas como aquellas que, en la nuestra, para siempre dejaron su expresión.
Encuentros, despedidas, sedimentos, olores, pisadas, músicas, besos, excesos.
Como un cofre disimulado entre las entrañas, como flores frescas en un jarrón...

aunque parezca que no.

Confesarse, franquearse, alivia en cierta medida, desojándose.

Sería hermoso estar, a veces, tranquilamente, en ciertos lugares de antes, con personas de antes,
sería hermoso ser, quizás, por momentos, como antes fuimos y estar con quien entonces estuvimos.
Sería un regalo maravilloso poder decir lo que en algún momento omitimos, omitir lo que dijimos, subsanar, curar, subrayar.
Conjugar cuanto somos y tenemos con lo que fuimos y tuvimos, en el ser y en el estar. Repetir, mezclar, modificar, batir, compartir lo perdido con lo tenido y lo por venir.
Asegurarse de los dolores causados el perdón del corazón y, sin recordar, perdonar.
Derrocharnos sin medida, reproches ni rencor.
Abriéndonos, cerrándonos, fusionándonos con el todo, como una flor esparciendo a lo largo de la vida sus pétalos...

aunque parezca que no.

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viernes, 14 de julio de 2006

Consigomism@.

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Desde que perdió las gafas, la vida fue, impresionista, en degradée.
Sus ideas tenían fuerza pero les faltaba definición.
Todo fueron sensaciones y sospechas.
De algún modo, pensamientos hipermétropes, ideas sin contornos, manchas ideográficas a las que, negándoles cancha, ya perdidas las batallas, se rindió.

Pero, al fin, vivía en una casa como otra cualquiera y eso, sin caer en ello, le causaba constante, para autovalimiento, tensión.

Tenía tres sillas diferentes que cambiaba a cada rato para evitar malas posturas, cuatro mandos a distancia, un exprimidor que daba vueltas para evitarle la molestia y aparatos de radio, siempre abiertas,como ventanas al exterior, en estratégicas esparcidas por la casa mesillas.
Así podía saber, sabía, cuando no terminaba de amanecer, atardecía o era de día, si era martes o domingo y como la vida, a su margen, acontecía.

Ensimismad@, sin medios para hacer, al menos, de su casa un espacio nítido, sin capacidad de, en molestias ajenas, contestación, solo la densidad de los sueños le mantuvo en vilo, o en vela. No distinguió.

Como tantas otras veces, a tientas, en cierta ocasión,
se le perdió el alma en una taza de café, lo movió con la cucharilla y desapareció en el torbellino de la agitación,
sin que nadie después lograra, al caso,
encontrarle lógica explicación.
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domingo, 9 de julio de 2006

A lo tonto y a lo bobo.

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Una vida es una vida. Es decir, un todo.
Una vida otorgada por voluntad, un sobretodo, bueno.

Los sabios clásicos humanistas definieron como “bueno” aquello que, indefectiblemente, en sí mismo, contiene tres fijas, inseparables y vinculantes cualidades: La bondad, la verdad y la belleza.

Hoy, a lo tonto y a lo bobo, me ha venido la cosa a la mente al leer la noticia.
Una mujer de 62 años, ha dado a luz un niño. Su esposo, de igual o superior edad, ha puesto su parte en el empeño.
Cuando alcance el nacido los ocho años, su paridora tendrá 70 siendo, lógica, altamente probable que de sus, en parte, progenitores, apenas alcance recordar, con el tiempo, su fallecimiento.
Optimistamente, resultando longevos, recordará de ellos, el niño, abuelos.

No se trata del azar, la naturaleza o el deseo de compartir y ofrecer un futuro. Parece tratarse de una manera, como otra cualquiera, de arreglar diferencias entre la aburrida pareja, de comprar aliciente, entretenimiento y atención, en la jubilación. Una forma más, a modo de parche, de apostar en la recta final, jugando, como el que se mide con la PlayStation, de antemano ganando.
No soy quién, pero me quedo pensando y al respecto, más o menos, calculando, el grado de bondad, verdad y belleza que habrá hecho posible la excelsa decisión de dar vida, en orfandad, estimándolo bondad.

Sin prejuicios, a lo tonto y a lo bobo, me ha venido la cosa a la mente,
sin paralelos juicios.
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lunes, 3 de julio de 2006

Diez líneas.

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Escribir. ¿Qué? Cualquier cosa. ¿Respecto a? Todo. Una sola restricción: Diez líneas.
¿Que por qué DIEZ y no seis, ocho o doce? Porque lo digo yo, que soy tu padre,
le ordenó.

1.- 1917
2.- Septiembre
3.- 22
4.- Kafka
5.- Abre
6.- Su
7.- Diario
8.- Y
9.- escribe:

10.--------“Nada”.

Años después le dedicaría un amoroso y sobrecogedor libro, a su antojo en número de letras y páginas. Amargo ajuste de cuentas y justificaciones, que cualquiera debiera leer antes, mientras o después de ser padres.
Que cualquiera debería leer, antes, durante o después, pues todos hijos somos.
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sábado, 24 de junio de 2006

De vez en cuando...

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según el valor que nos asista, sería conveniente lavar nuestro corazón.
En algún preciso instante, quizás, deberíamos acudir en busca de consideraciones y respetos, a su favor, y darle la oportunidad de ocupar su merecido lugar en la cajita secreta que en nuestro patio interno albergamos.

Quizás por eso, Lucía, necesitando hacer del suyo la colada, a su marido se dirigió en voz baja, confesándose, con los ojos cerrados y las manos húmedas de sudor, dispuesta a concebir reproches, graves reacciones, y merecidas acusaciones.
En culpabilidad, sin esperar comprensión, le dijo que ya no le quería pero, a resultas, nada de particular sucedió.
Miró él su reloj, bebió un sorbo más de cerveza y encendió la televisión.
Se lo volvió a decir arrodillada, a la altura de su rostro, tapándole el punto de mira en interés ladeándose él, sin la menor atención.
Fue entonces cuando ella violentamente se irguió levantando la voz, tomando bajo su dominio la ubicación y, frente a frente, obstinada, severamente, se lo repitió.
Alzó él la cabeza, y, con gesto fastidiado, asintió.
Y en voz baja, con los ojos cerrados y las manos húmedas de cerveza, sin rastro de asombro o dolor, desapasionada, desinteresadamente, sin deseo alguno de averiguación, mientras devolvía su atención al encendido aparato, espetó:
¿Bueno, vale, y que?.

A su favor, de vez en cuando, según el valor que seamos capaces de acopiar, podría ser conveniente lavar nuestro corazón y, quizás entonces, además, conocer en verdad el lugar que él ocupa en la secreta cajita del patio interno que en otros habita.
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sábado, 17 de junio de 2006

La trastienda sexual de Simenon.

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Georges Simenon poseía una extrema compulsión sexual e, igualmente, extrema pericia en ocultar sus, de cualquier tipo, trastiendas.
En lo sexual al respecto, natural, cotidiana, diariamente, compatibilizó siempre, hasta la gran caída, sus legítimas esposas con sucesivas secretarias, rotando con fortuitas "amigas" encuentros, sin por ello dejar de acudir al prostíbulo un par de veces por semana al menos.
Tras el golpe fatal y en su consecuencia, escribió, con impúdica conciencia, sus impresionantes “Memorias íntimas” dedicadas a Mary Jo, la hija suicida de apenas 25 años, de la que abusó sexualmente desde edad temprana.
Anciano, poco antes de su muerte, poco después del mortal derrape, es entrevistado larga, íntima, escrupulosa, monográficamente, en íntima soledad por la TV francesa.
De su promíscua sexualidad (declara en sus memorias varios miles de mujeres diferentes), responde de manera sorprendente aunque, a mi entender, no descabellada.

Dijo nunca acudir a ellas por simple placer, necesidad física a secas o pulsión sexual irrefrenable, que siempre lo hizo en busca del hombre, temiendo constantemente perderse a sí mismo de vista pues, para él, ellas, eran paridoras transparentes y él opacidad obsesiva en búsqueda constante de sí mismo, en ellas.

Llegado el más temido episodio, al respecto de Mary Jo, antes de tomar la palabra, taciturno, baja la mano y pone en marcha una grabación, bajando la cabeza. Y la infantil voz, dirigiéndose al padre, toma el pulso y las riendas:
"Angustia, música a ras de tierra, mi cuaderno en el suelo, justo debajo. Y encima, mi cuerpo boca abajo. ¿Es mi cuerpo?. Espera, lo voy a palpar. Sí, creo que sí. Al menos se le parece”.
Dice él que el suicidio de ella es lo más espantosamente vivido. Su fatal y definitivo golpe.

Quizás por no poder seguir hurgando en ella el opaco hombre.
Quizás por haber sido siempre, para ella, él, transparencia.
Quizás, por ser parida y no paridora de ese, su padre, en trastiendas.
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lunes, 12 de junio de 2006

Fe ciega.

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En realidad, no es difícil ni entraña gran dificultad.
Basta con poner cierto empeño en ello.
Tú, yo, cualquiera podría hacerlo con cierta dosis de necesidad, simplicidad y escasos escrúpulos.
Pongámonos en el caso.
Basta con no creer conveniente mostrar lo que tu naturaleza alberga, alimentando, reforzándo su esencia, y odiar lo que los otros y el común de los mortales conocen al respecto de los que como tú son.
Amaestrarse en tanteos, disimulos y chalaneos, en realidad, no entraña gran complejidad. Solo la existencia en tí de un cierto tipo de ciega fe en ser otro, en tramposo beneficio.

De ese tipo de fe, que, agradecida, al deseasistido caricato que la contiene, asiste y convierte en viñeta de lo que nunca fue, ni es, ni será.

Esa que, a esos a los que tu tratas, sabedores de tan viejas y elementales tretas y juegos de espejos, hace sentir comprensión y cierta ternura, regalándote credibilidades, discreciones, fianzas y confianzas, tapándote las trampas.

Esos que, ante ese tragicómico tipo de tu siniestra fe, se conmueven y regalan todo aquello que tu crees merecerte con creces considerándoles, siempre, tus agradecidos deudores, a tu disposición.
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domingo, 4 de junio de 2006

El sí del no.

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Cuando le dijeron que no, le dio igual.
Llevaba años deseando, esperando resultados a la medida de sus esfuerzos. Y le dijeron que no.
Pero a él le dio igual.
Como si le hubieran aliviado del gran peso que le impidió hasta entonces avanzar.
Como si le hubieran desatado el nudo que le impedía suspirar.
Como si le hubieran cortado las cadenas que mantuvieron cautivo su corazón.
Como si le hubieran perdonado la vida, cuando se lo dijeron, ni siquiera enrojeció o elaboró respuestas oportunas en su descargo en lo que maestro era.
Ensimismado, respirando profundamente, caminó durante toda la noche hasta caer dormido al amanecer, a la intemperie, parando aquí y allá amparado en sí mismo resolviendo no retornar.

A partir de aquel “no” fue su transcurrir liviano, satisfecho y, por primera vez, libre. Sintiéndose, reconociéndose en los espejos de su habitada consciencia.
Se limitó a ser, sin parecer.
Se limitó a dejar que la goma de borrar que en el plumier de su espíritu conservaba, desdibujara las necesidades que entretejieron sus mentiras, deshaciendo, hilo a hilo, bordados de imposturas. Y, entre ellos, enrocado, encontró, abandonado a su suerte, ignorado, solo, a ese al que condenó y disfrazó a conciencia, con la esperanza de ser querido, al menos, como los demás. Y resolvió retornar,
siendo recibido con la misma alegría y amor que antes, con la misma delicadeza, con el mismo respeto que cuando le negaron credibilidad y seriamente conminaron al abandono de engaños en cascada, desnudándole al completo.
Como si nunca antes hubieran sabido de sus farsas, invenciones e inútiles coartadas.
Como si nunca la necesidad dolorosa para ellos del "no" se hubiera dado.

Así, desnudo, con la mayor de las certezas, supo él comprender entonces, el valor de las verdades que de él siempre tuvieron cerceza y supieron, silenciaron y amaron, al menos, muy por encima de las de los demás.
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martes, 30 de mayo de 2006

Luz de Gas.

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Una mujer discreta, elegante, atractiva y exquisita, suele prodigar presunciones.
Se la sabía esposa y madre. Se la sabía seria, inteligente, formal y buena persona.
Paseando mi perro, solía ella detenerse en su honor.
Y, como es sabido, paseando perro, se va tomando cierta y medida confianza en habituales encuentros, saludos, paradas y comentarios generales de escaso interés. Con aquella mujer no fue una excepción.
Pero una tarde, como cualquier otra de paseo canino, en evidente acecho por su parte, ladeada, salió a mi encuentro desfigurada, titubeante, quebradiza y, descompuestamente, de sopetón, sin rodeos, me rogó le cediera mi casa unas horas la tarde del domingo siguiente, por verdadera, grave y urgente necesidad. En soledad.
Sorprendida, asustada y sin valor de negativas en tribulaciones, sin preguntar ni poner condiciones, sin saber por qué en realidad, accedí.
Entró ella y salí yo aquella tarde de domingo.
A mi vuelta, a la hora acordada, ella ya no estaba. Él, popularmente conocido y respetado hombre de bien, sí. Y comprendí.
Tratando hacerme luz de gas, antes de salir por la puerta trasera, mientras presurosamente ataba los cordones de sus zapatos, dijo llamarse Agustín, sin mostrar el rostro ni enderezarse el viejo y enfermo impostor, temiendo acaso mi pública indiscreción.
En el pieza que ocuparon hallé cuerdas que piernas y manos ataron, rastros de parafernalia dura, rastros de flujos y sangre. Y una cartera, la de ella, con gran cantidad de dinero, tres fotos infantiles y un documento identificativo. Y comprendí.
Pasadas algunas semanas, inminente mi mudanza en dirección lejana, sin con la mujer encuentro alguno conseguir, discretamente, quise devolver la cartera y su valioso contenido a su dueña.
Toqué el timbre, abrió ella la puerta.
Y por lo que en el lugar percibí durante escasos momentos, entre mudos silencios, en pié, sin mirar por no querer ver, avergonzada de mi presencia, con admiración profunda, me fue facil, muy facil, comprender la necesidad de su perfecta y habitual luz de gas.
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sábado, 20 de mayo de 2006

Dudas no razonables.

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Perdieron el trato y la necesidad una de otra por la distancia, los amores y otras causas mayores, ajenas por completo a sus voluntades.

Una madrugada, Lara descolgó el teléfono y escuchó el reclamo de su voz como si el tiempo se hubiera parado en aquella tarde en la que se abrazaron jurando no perderse y, sin dudarlo, tomó un avión hacia el feliz reencuentro.
Pero lo que encontró la desconcertó y fue acrecentando su desconcierto el inédito concierto de la otra.
La primera noche la despertó la luz que alumbraba de lleno su almohada, pudiendo seguir, a su pesar, con perfecta precisión, el recorrido que su amiga hacía a través de diferentes piezas de la casa y, despreocupadamente, se volvió a dormir.
Durante el desayuno, distraídamente, con humor, Lara aludió a los trajines nocturnos.
Y la otra, negó.
La segunda mañana, desperezándose, Lara vió un cuaderno manuscrito abierto sobre la mesa de estudio situada frente a su cama, diáfana con seguridad la noche anterior.

Pudo más el respeto que la curiosidad y se encaminó a la ducha.
A su vuelta, encontrando entonces cerrado el cuaderno, dudó.
Y pudo más la curiosidad que el respeto y lo abrió y leyó varias veces lo escrito con aquella perfecta y hermosa letra por ella tan bien conocida.

Durante el desayuno, sin delatarse y de soslayo, Lara buscó algún indicio o señal sobre aquello que leyera en declaraciones de odios, insultos y terribles apreciaciones que solo a su persona concernían.
Y la otra, negó.
Y como el cuaderno no volvió a encontrar a su vuelta al cuarto. Lara dudó.

La última mañana, sin dudarlo, no deseando saber ni averiguar, resueltamente, quiso Lara reafirmar el vínculo intacto de su incondicionalidad y cariño con alegrías y reconocimientos, generosa y dulcemente entregados. Y dulce hubiera sido la despedida de no haberle anunciado la otra, al hilo de despedidas y comunes recomendaciones de cuidados y empeños, la llegada de sus padres y hermanos, en breve, a su lado.

Seria, taxativamente, Lara le aseguró que fue hija única. Y, comprensiva, delicadamente, abrazándola, intentó reconociera la pérdida de los padres a temprana edad.

Y la otra, seria, taxativamente, negó, respondiendo herida : “tu estás loca”.
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sábado, 13 de mayo de 2006

El sueño recurrente de Natalia.

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Natalia tiene un sueño recurrente. Al menos es el único que conserva en la memoria cuando despierta y la acompaña a lo largo de la jornada.
En él, sin ella verse, siempre contempla, atentamente en espera, la empinada escalera de madera que conducía a la puerta del antiguo piso familiar y se alargaba hacia la azotea que coronaba el edificio. Se hace necesaria cierta paciencia, lo sabe desde la primera vez.
El corazón secreto de su sueño, marca el transcurrir y el acontecer. Nunca defrauda, siempre redondea la intención.

En el último, tras un tiempo imposible de calcular dada la naturaleza del ámbito onírico, escucha pasos. Lentamente se aproximan. Bajan desde la azotea. Siente la necesidad de salir al encuentro y sube cinco escalones y espera. Silencio. Otros cinco y cinco más. Silencio.
Se enfrenta al rellano de la puerta de casa, solo la separan de él los últimos dos escalones. Desafiante, con paso largo, se sitúa ante la mismísima puerta amagando tocar el timbre, sin desearlo. Silencio.
Y en silencio, ve como su padre, lentamente, con solo la gabardina sobre su cuerpo, desciende hacia el rellano donde ella espera sin presionar el botón indeseado, sin apartar la vista de la escalera descendente.
Él se acerca tranquilo, conciliador, sonriente. La mira cómplice mientras termina de descender y, cuando les separan tres peldaños, con la mayor confianza y naturalidad, desabotona la gabardina que cubre su cuerpo.
Natalia duda, no sabe si apartar los ojos de su rostro. Baja la mirada con miedo, pudor y vergüenza. Ve la desnudez de su padre, recorre su cuerpo evitando por completo los genitales.

Mira mujer, no seas boba, no pasa nada, todo está bien, es natural, soy tu padre.
Y Natalia, a bocajarro, fija su mirada en el único lugar del cuerpo de él nunca por ella conocido. No ve nada. No hay nada en ese lugar. Nada. Continuación del todo.
¿Lo ves? nada que temer, dice él, como cuando la enseñaba a querer a los animales.

Mientras cadenciosamente se abotona la prenda, la sonríe con esa amada sonrisa que siempre ella llevó consigo después de perderle, esa que la libraba de la sospecha de que todos los hombres eran iguales cada vez que tocaba el timbre de alguna puerta.
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martes, 9 de mayo de 2006

Los colores de Nicolás.

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Cuando Nicolás quiso dar marcha atrás, ya fue tarde.
Cuando quiso seguir adelante, nadie le acompañó.
Entonces decidió dedicarse con mayor ahínco, primor y sistematización a lo que realmente le dejara fuera de elecciones por parte de terceros, a lo que verdaderamente necesitaba, sin contar con nadie.
En el trato con lo exterior, Nicolás se defendía con una forma de racionalidad sin conciencia. Desde edad bien temprana se convirtió en un maestro en ello.

Cada noche, después de acabar su turno en la pizzería y recojer su diaria correspondencia, después de atenta y sentidamente releerla, se ponía manos a la obra en el cuarto de la pensión que alojaba, sentado ante el tablero a la medida exacta cortado, frente a la ventana del patio interior, considerando la conveniencia de la carpeta a elegir entre las alineadas a su derecha. La roja, la rosa, la azul, la verde, la amarilla... sopesando su estado de ánimo y necesidad.

Pero aquel miércoles noche, decididamente, sin planteamiento previo alguno, Nicolás abrió la de color azul.
Hacía tiempo exigían sus adentros la de aquel color. Al asalto, sin compasión. Sin voluntad ni alimento alguno por su parte en el empeño. Retardando, demorando la elección, cuando pudo, a favor de otros colores menos sagrados.
Le faltaba, valor.
Extrajo de la carpeta varios elegantes folios con membrete en negro relieve a su propio nombre y apellido y, erguido, con circunspecta prestancia, formal, seria, gravemente, escribió durante horas:
"Queridísimo hijo"........encabezó.

Al alba, una vez concluida la carta de amor, felicitaciones y bonanzas, tejida entre añoranzas y recuerdos, de consejos y orgullos paternos en honor a él mismo debidos agradecidamente. Una vez escrita dirección y remite en elegante rectangular sobre, descendió a saltos las escaleras hacia la calle, corrió por la acera lindera hasta el buzón que tragó el abultado conjunto que sus aspiraciones y esperanzas contenía.

A su vuelta, la noche del viernes, la patrona le hizo entrega del elegante sobre a su propio nombre y apellido.

“ Hoy es de su señor padre” le dijo.
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