domingo, 7 de octubre de 2007

Alguna vez, quizás,

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algo que pasó, pasa o pasará en nuestra vida, hizo hace o hará que cambie nuestra forma de entender, interpretar y estar en el mundo y, paulatina pero radicalmente, nuestra mirada sobre la existencia propia y ajena tome las riendas de nuestra percepción por su cuenta, involucrándonos en desconocidos matices y, de forma taxativa, nuestro corazón se trate de desentender de aquello que sienta no pueda soportar y tire por el camino de el medio.
Eso que pasó, pasa o puede pasar, cambiará la ilusión, la esperanza o el engaño de existir sin saber de nosotros, llamándonos al orden, pidiéndonos cuentas de realidades cuando menos lo pensemos y estemos creídos que nada ni nadie puede nuestro patio interior asaltar sin por nuestra bien guardada puerta principal, previo permiso, pasar.
Después, sin poderlo evitar, una vez cara a cara, según quién,
se hará el desentendido y se aturdirá distrayéndose de sí mismo acudiendo a justificaciones a su medida o apelará a la debilidad y trate de disimular su férrea intención de no levantar la mirada, aduciendo timidez, o se inundará de resentimientos y amarguras victimarias que, al fin y al cabo, le convertirán en héroe de sí mismo, trágico y triste protagonista de estético melodrama, o dará gracias al cielo elevando plegarias de alegrías, gozos y reconocimiento de plenitud, bendiciendo aquel “algo” que hizo trocar su mirada en colores y a su corazón en de la vida en dulzuras y amores.

Por que, al fin y al cabo y a decir verdad, aunque alguna vez de ello dudemos, todos a ciencia cierta sabemos que, nadie, el asalto a su patio interior, donde duermen sus atribulados desechos, puede evitar, por muy bien guardada que tenga su puerta principal, seguro de poder de sí mismo zafarse, quizás.
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