miércoles, 23 de mayo de 2007

Querencia.

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Después de 20 años de servicio en una casa de familia acaudalada, viajada y culta de la que cuidó con primor, criando a los seis hijos habidos de la pareja inicial como si propios fueran, supliendo a sus progenitores en amores, confidencias y defensas, Josefa, sorprendentemente, fue hallada culpable del robo de numerosos objetos familiares que a lo largo de los años de la casa venían desapareciendo, alegando por su parte que a nadie más que a ella pertenecían, por lo que de sus servicios se prescindió.
No obstante,
durante largo tiempo, se la vio por la noche rondar la casa, decididamente cruzar el jardín hasta llegar a la puerta principal echando mano de su bolso al alcanzarla buscando en su interior la llave... que no tenía, haciendo, una y otra vez, el gesto de abrirla como si la tuviera y, al no poder, permanecer sentaba en los escalones del porche llamando, uno a uno, por sus apodos familiares a cada niño, rogándoles mimosamente le abrieran y dejaran entrar en auxilio, atención y cariño.

Hasta la madrugada contaba los cuentos que antes de dormir les contaba.
Hasta el amanecer cantaba las canciones infantiles que desde que nacieran, les cantó.

Y, ya amanecido, más de una vez se la encontró buscando a cualquiera que se prestara en abrirla de par en par su casa y volver junto a los suyos.
Esos en los que abandonó, en exclusiva, su juventud, desvelos y amores.
Ese hogar, que, creía, a nadie más que a ella pertenecía.
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sábado, 12 de mayo de 2007

On/Off.

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Del techo colgaba una lámpara grande sin luz que pendía de un cable demasiado corto para una persona de su estatura. Estaba llena de polvo al igual que los libros, películas de video, televisión y bafles que se encontraban en el estrecho mueble de pino sin barnizar.

¡Qué diferente el apartamento cuando estaba su dueño!.

Menos la lámpara de techo, todo estaba encendido: la televisión, el ordenador, el cigarrillo... El sofá se vestía con el cuerpo cansado de su habitante; la cabeza echada sobre el cojín, el cuerpo encogido en posición fetal, una respiración placentera y los pies abrigados por la mantita en una siesta dulce saboreada a horcajadas, llenaban la estancia de placer, en un sueño intermitente de voces televisivas.
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