domingo, 26 de noviembre de 2006

El inquilino.

| |
El vacío había alquilado su mente y no quiso irse ni pagarle.
¿Cómo puedo echarlo?, se preguntaba.
Ah... Tal vez metiendo cosas hasta no dejarle espacio alguno.
Y como a duras penas pudo, fue haciéndolo creyendo ganarle el terreno,
pero el vacío siempre acababa por devorarlas. Tiene mucha hambre. Voraz.

¿Si le arrojo un pensamiento ajeno, se lo tomará para cenar?
¿Si le lanzo un poema, lo atrapará de inmediato con sus afilados dientes y lo masticará hasta que desaparezca?.
Lo bueno del vacío es que no ensucia demasiado mi territorio mental, más bien al contrario, lo limpia,
que no hace ruido alguno, muy al contrario, me quedo felizmente dormido sin darme cuenta y los momentos que me mantengo despierto, sin reconcomes, hasta me oigo a mí mismo, como ahora.
En eso debo estarle agradecido, como en su discreción y más cosas, porque hay otros inquilinos como la esperanza, la alegría, el miedo o el amor que, cuando aparecen, destrozan cuanto tienes, desordenan tu interior, te quitan el sueño a base de controversias y sentires que te hacen estúpidamente bailar, tararear o cantar y soñar estando despierto, sin poder pegar ojo, y luego chismorrean con los vecinos y dan el coñazo reprochándote tus obsesiones, excesos, costumbres, rarezas y hábitos.

No lo van a creer quienes me conocen, pero estoy seriamente considerando la posibilidad de abandonarme por completo a su extraordinario trato, consideración y respeto.
Hasta le pagaría yo, en realidad, para que se quedara...pensaba.