domingo, 17 de diciembre de 2006

Anda, pídeselo a los Reyes Magos...

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si lo precisas y te atreves... pídeles que se lleven para siempre tus miedos. A tu miedo a no poder vencer miedos libres que se expanden a menudo en ti, a su antojo.

Miedo a las verdades que sobre ti descubrieron, a las piadosas mentiras y disimulos de otros que, quizás, te sostienen, a los decepcionados "ojalá".
A que la margarita diga no, a que diga sí, a que no diga.
A cierto tipos de ruidos, al silencio, al vacío terror.

Miedo a sobrevivir siempre esperando en ascuas, a desesperar, a las pesadillas.
A no ser capaz de llorar o a las mejillas resecas de lágrimas.
Al buzón sólo lleno de facturas, avisos de apremio y publicidad,
a tus teléfonos con ciertos números entrantes restringidos.
A aparecer en casa o en cualquier parte, de cualquier manera, sin que a nadie importe demasiado, a no oír nunca más "te quiero", "te deseo", "te creo".

Miedo a que la magia de tu genio, inteligencia, pericia y habilidad, siendo sólo cosa tuya como tú bien sabes, lo sepan los demás y no existan los Reyes Magos para evitarlo, como llevas tanto tiempo barruntando.
Ese que, a menudo, se acuesta y levanta, escribe en el blog, baja a la tienda, come, observa, escucha trabajando de lo lindo anotando pormenorizada, escrupulosamente, siempre alerta acechando gestos, detalles y actitudes de familiares, allegados, conocidos, vecinos y nuevos contactos, por si acaso..., contigo.
A tus pesadas maletas siempre preparadas en la cabecera de tu cama, llenas de miedo.

Anda, si lo precisas, atrévete, no le des más cancha y pídeles a los Reyes Magos que no te traigan nada, que esta vez se lleven. Ruégales manuscritamente, con infantil fe, que, como el más excelso regalo de por vida, se lleven para siempre, envueltos en papel dorado entre lazos rizados de colores...
tus miedos.
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sábado, 9 de diciembre de 2006

Cuento siniestro de Navidad.

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Al bajar del tren, vi al hombre del parche acercarse y se paró frente a mi.
—¿Doctor Vega?
Le reconocí de inmediato. Se presentó por su nombre y sus dos apellidos, me estrechó la mano y me ofreció subir a su nuevo coche aparcado cerca.
Era el hombre al que, con algunas copas de más en mi haber, atropellé y certifiqué cadáver en accidente de automóvil, con una placa de donante colgada al cuello. Como si conmigo no hubiera ido la cosa, justo un año antes, la noche de Navidad.
—Se irá acostumbrando poco a poco a vivir sin uno y otro —Me dijo.
Luego me habló del niño que había recibido uno de sus riñones, extraído de su espalda antes de ser descubierto vivo. Me dijo que debía ir a visitarlo por que el chaval estaría encantado de conocer al doctor sin cuya confusión no hubiera sido posible la donación.
—Me consuela que sea así —Le dije.
Después me habló de su ojo, el de la cajita, y me rogó que lo cuidara. Me dio todos los detalles de cómo mantenerlo y limpiarlo. Añadió que él prefería llevar parche toda su vida sobre el cuenco del ojo donado a un desconocido, para no volver a ser objeto de errores peligrosos.
—Un riñón tiene remedio, sin un ojo uno puede valerse mal que bien, pero imagínese usted que me hubieran quitado los dos ojos.... o el corazón...
—Fíjese, menudo trastorno, hubiera sido fatal –Dije.
Cuando amanecía y del pueblo empezaron a salir minúsculos coches dormidos, seguramente conducidos con varias copas de más, sacó el bisturí.
Se justificó mucho rato, le dolía hacerlo, creo que era un buen tipo.
Me dejó herido en la puerta del ambulatorio del pueblo.
—No olvide cuidar el ojo de cristal, siempre le tuve cariño.
Me palpé la chaqueta a la altura del bolsillo interior donde llevaba el ojo postizo que me donó e intenté caer boca abajo, ladeado, tratando de no afectar los abiertos vacíos de mi espalda y mi ojo derecho.

—Descuide... -Dije antes del desmayo.
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domingo, 3 de diciembre de 2006

De la noche a la mañana.

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Desperté sobresaltada al lado de un hombre desconocido, sucio, horrible, gordo, sudoroso, repugnante. Me levanté asustada, llegué hasta la pieza contigua, un baño, y al mirarme al espejo, vi a una abandonada, ajada, arrugada mujer extraña. Tocaba mi rostro y en el espejo se reflejaban mis movimientos.
Esa era yo.
No sabía dónde estaba. En la pieza contigua había una chimenea con fotos en la repisa. En una salían cuatro pensativos niños cogidos de la mano y, en otra, jovencísima y triste, la mujer del espejo junto a los mismos niños y el hombre de la cama en cuclillas con aspecto siniestro y estúpida expresión.
No conseguía entender nada, ¿Qué hacía yo allí? ¿quienes eran ellos? ¿Quién era esa mujer en la que me había transformado?.
¡OH! ¿Es una pesadilla? ¿Esto es el futuro? ¿Me he reencarnado? ¿Y sí padecía amnesia? imposible, me acordaba perfectamente de la noche anterior, del beso de buenas noches de mi madre, de la cena... de mi felicidad libre bajo las sábanas...
¿Y mis sueños de salvar la naturaleza inventando una pompa que sustituyera a la capa de ozono? ¿Y mi compromiso radical por hacer posible un mundo mejor? ¿y mi lucha por la igualdad entre sexos, la negación de obligatoriedad familiar, el sometimiento al macho y la píldora anticonceptiva?? Todo eso había desaparecido de mi "yo"???!!!.

De ser lo que parecía, comprendí, tenía un presente y un porvenir terrible, arrastrando un pasado sin mí. Si por lo menos aquel hombre se pareciera un poquito a aquel muchacho de la facultad que me volvía loca!!!!
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