sábado, 24 de junio de 2006

De vez en cuando...

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según el valor que nos asista, sería conveniente lavar nuestro corazón.
En algún preciso instante, quizás, deberíamos acudir en busca de consideraciones y respetos, a su favor, y darle la oportunidad de ocupar su merecido lugar en la cajita secreta que en nuestro patio interno albergamos.

Quizás por eso, Lucía, necesitando hacer del suyo la colada, a su marido se dirigió en voz baja, confesándose, con los ojos cerrados y las manos húmedas de sudor, dispuesta a concebir reproches, graves reacciones, y merecidas acusaciones.
En culpabilidad, sin esperar comprensión, le dijo que ya no le quería pero, a resultas, nada de particular sucedió.
Miró él su reloj, bebió un sorbo más de cerveza y encendió la televisión.
Se lo volvió a decir arrodillada, a la altura de su rostro, tapándole el punto de mira en interés ladeándose él, sin la menor atención.
Fue entonces cuando ella violentamente se irguió levantando la voz, tomando bajo su dominio la ubicación y, frente a frente, obstinada, severamente, se lo repitió.
Alzó él la cabeza, y, con gesto fastidiado, asintió.
Y en voz baja, con los ojos cerrados y las manos húmedas de cerveza, sin rastro de asombro o dolor, desapasionada, desinteresadamente, sin deseo alguno de averiguación, mientras devolvía su atención al encendido aparato, espetó:
¿Bueno, vale, y que?.

A su favor, de vez en cuando, según el valor que seamos capaces de acopiar, podría ser conveniente lavar nuestro corazón y, quizás entonces, además, conocer en verdad el lugar que él ocupa en la secreta cajita del patio interno que en otros habita.
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sábado, 17 de junio de 2006

La trastienda sexual de Simenon.

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Georges Simenon poseía una extrema compulsión sexual e, igualmente, extrema pericia en ocultar sus, de cualquier tipo, trastiendas.
En lo sexual al respecto, natural, cotidiana, diariamente, compatibilizó siempre, hasta la gran caída, sus legítimas esposas con sucesivas secretarias, rotando con fortuitas "amigas" encuentros, sin por ello dejar de acudir al prostíbulo un par de veces por semana al menos.
Tras el golpe fatal y en su consecuencia, escribió, con impúdica conciencia, sus impresionantes “Memorias íntimas” dedicadas a Mary Jo, la hija suicida de apenas 25 años, de la que abusó sexualmente desde edad temprana.
Anciano, poco antes de su muerte, poco después del mortal derrape, es entrevistado larga, íntima, escrupulosa, monográficamente, en íntima soledad por la TV francesa.
De su promíscua sexualidad (declara en sus memorias varios miles de mujeres diferentes), responde de manera sorprendente aunque, a mi entender, no descabellada.

Dijo nunca acudir a ellas por simple placer, necesidad física a secas o pulsión sexual irrefrenable, que siempre lo hizo en busca del hombre, temiendo constantemente perderse a sí mismo de vista pues, para él, ellas, eran paridoras transparentes y él opacidad obsesiva en búsqueda constante de sí mismo, en ellas.

Llegado el más temido episodio, al respecto de Mary Jo, antes de tomar la palabra, taciturno, baja la mano y pone en marcha una grabación, bajando la cabeza. Y la infantil voz, dirigiéndose al padre, toma el pulso y las riendas:
"Angustia, música a ras de tierra, mi cuaderno en el suelo, justo debajo. Y encima, mi cuerpo boca abajo. ¿Es mi cuerpo?. Espera, lo voy a palpar. Sí, creo que sí. Al menos se le parece”.
Dice él que el suicidio de ella es lo más espantosamente vivido. Su fatal y definitivo golpe.

Quizás por no poder seguir hurgando en ella el opaco hombre.
Quizás por haber sido siempre, para ella, él, transparencia.
Quizás, por ser parida y no paridora de ese, su padre, en trastiendas.
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lunes, 12 de junio de 2006

Fe ciega.

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En realidad, no es difícil ni entraña gran dificultad.
Basta con poner cierto empeño en ello.
Tú, yo, cualquiera podría hacerlo con cierta dosis de necesidad, simplicidad y escasos escrúpulos.
Pongámonos en el caso.
Basta con no creer conveniente mostrar lo que tu naturaleza alberga, alimentando, reforzándo su esencia, y odiar lo que los otros y el común de los mortales conocen al respecto de los que como tú son.
Amaestrarse en tanteos, disimulos y chalaneos, en realidad, no entraña gran complejidad. Solo la existencia en tí de un cierto tipo de ciega fe en ser otro, en tramposo beneficio.

De ese tipo de fe, que, agradecida, al deseasistido caricato que la contiene, asiste y convierte en viñeta de lo que nunca fue, ni es, ni será.

Esa que, a esos a los que tu tratas, sabedores de tan viejas y elementales tretas y juegos de espejos, hace sentir comprensión y cierta ternura, regalándote credibilidades, discreciones, fianzas y confianzas, tapándote las trampas.

Esos que, ante ese tragicómico tipo de tu siniestra fe, se conmueven y regalan todo aquello que tu crees merecerte con creces considerándoles, siempre, tus agradecidos deudores, a tu disposición.
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domingo, 4 de junio de 2006

El sí del no.

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Cuando le dijeron que no, le dio igual.
Llevaba años deseando, esperando resultados a la medida de sus esfuerzos. Y le dijeron que no.
Pero a él le dio igual.
Como si le hubieran aliviado del gran peso que le impidió hasta entonces avanzar.
Como si le hubieran desatado el nudo que le impedía suspirar.
Como si le hubieran cortado las cadenas que mantuvieron cautivo su corazón.
Como si le hubieran perdonado la vida, cuando se lo dijeron, ni siquiera enrojeció o elaboró respuestas oportunas en su descargo en lo que maestro era.
Ensimismado, respirando profundamente, caminó durante toda la noche hasta caer dormido al amanecer, a la intemperie, parando aquí y allá amparado en sí mismo resolviendo no retornar.

A partir de aquel “no” fue su transcurrir liviano, satisfecho y, por primera vez, libre. Sintiéndose, reconociéndose en los espejos de su habitada consciencia.
Se limitó a ser, sin parecer.
Se limitó a dejar que la goma de borrar que en el plumier de su espíritu conservaba, desdibujara las necesidades que entretejieron sus mentiras, deshaciendo, hilo a hilo, bordados de imposturas. Y, entre ellos, enrocado, encontró, abandonado a su suerte, ignorado, solo, a ese al que condenó y disfrazó a conciencia, con la esperanza de ser querido, al menos, como los demás. Y resolvió retornar,
siendo recibido con la misma alegría y amor que antes, con la misma delicadeza, con el mismo respeto que cuando le negaron credibilidad y seriamente conminaron al abandono de engaños en cascada, desnudándole al completo.
Como si nunca antes hubieran sabido de sus farsas, invenciones e inútiles coartadas.
Como si nunca la necesidad dolorosa para ellos del "no" se hubiera dado.

Así, desnudo, con la mayor de las certezas, supo él comprender entonces, el valor de las verdades que de él siempre tuvieron cerceza y supieron, silenciaron y amaron, al menos, muy por encima de las de los demás.
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