sábado, 24 de junio de 2006

De vez en cuando...

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según el valor que nos asista, sería conveniente lavar nuestro corazón.
En algún preciso instante, quizás, deberíamos acudir en busca de consideraciones y respetos, a su favor, y darle la oportunidad de ocupar su merecido lugar en la cajita secreta que en nuestro patio interno albergamos.

Quizás por eso, Lucía, necesitando hacer del suyo la colada, a su marido se dirigió en voz baja, confesándose, con los ojos cerrados y las manos húmedas de sudor, dispuesta a concebir reproches, graves reacciones, y merecidas acusaciones.
En culpabilidad, sin esperar comprensión, le dijo que ya no le quería pero, a resultas, nada de particular sucedió.
Miró él su reloj, bebió un sorbo más de cerveza y encendió la televisión.
Se lo volvió a decir arrodillada, a la altura de su rostro, tapándole el punto de mira en interés ladeándose él, sin la menor atención.
Fue entonces cuando ella violentamente se irguió levantando la voz, tomando bajo su dominio la ubicación y, frente a frente, obstinada, severamente, se lo repitió.
Alzó él la cabeza, y, con gesto fastidiado, asintió.
Y en voz baja, con los ojos cerrados y las manos húmedas de cerveza, sin rastro de asombro o dolor, desapasionada, desinteresadamente, sin deseo alguno de averiguación, mientras devolvía su atención al encendido aparato, espetó:
¿Bueno, vale, y que?.

A su favor, de vez en cuando, según el valor que seamos capaces de acopiar, podría ser conveniente lavar nuestro corazón y, quizás entonces, además, conocer en verdad el lugar que él ocupa en la secreta cajita del patio interno que en otros habita.