domingo, 4 de junio de 2006

El sí del no.

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Cuando le dijeron que no, le dio igual.
Llevaba años deseando, esperando resultados a la medida de sus esfuerzos. Y le dijeron que no.
Pero a él le dio igual.
Como si le hubieran aliviado del gran peso que le impidió hasta entonces avanzar.
Como si le hubieran desatado el nudo que le impedía suspirar.
Como si le hubieran cortado las cadenas que mantuvieron cautivo su corazón.
Como si le hubieran perdonado la vida, cuando se lo dijeron, ni siquiera enrojeció o elaboró respuestas oportunas en su descargo en lo que maestro era.
Ensimismado, respirando profundamente, caminó durante toda la noche hasta caer dormido al amanecer, a la intemperie, parando aquí y allá amparado en sí mismo resolviendo no retornar.

A partir de aquel “no” fue su transcurrir liviano, satisfecho y, por primera vez, libre. Sintiéndose, reconociéndose en los espejos de su habitada consciencia.
Se limitó a ser, sin parecer.
Se limitó a dejar que la goma de borrar que en el plumier de su espíritu conservaba, desdibujara las necesidades que entretejieron sus mentiras, deshaciendo, hilo a hilo, bordados de imposturas. Y, entre ellos, enrocado, encontró, abandonado a su suerte, ignorado, solo, a ese al que condenó y disfrazó a conciencia, con la esperanza de ser querido, al menos, como los demás. Y resolvió retornar,
siendo recibido con la misma alegría y amor que antes, con la misma delicadeza, con el mismo respeto que cuando le negaron credibilidad y seriamente conminaron al abandono de engaños en cascada, desnudándole al completo.
Como si nunca antes hubieran sabido de sus farsas, invenciones e inútiles coartadas.
Como si nunca la necesidad dolorosa para ellos del "no" se hubiera dado.

Así, desnudo, con la mayor de las certezas, supo él comprender entonces, el valor de las verdades que de él siempre tuvieron cerceza y supieron, silenciaron y amaron, al menos, muy por encima de las de los demás.