sábado, 20 de mayo de 2006

Dudas no razonables.

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Perdieron el trato y la necesidad una de otra por la distancia, los amores y otras causas mayores, ajenas por completo a sus voluntades.

Una madrugada, Lara descolgó el teléfono y escuchó el reclamo de su voz como si el tiempo se hubiera parado en aquella tarde en la que se abrazaron jurando no perderse y, sin dudarlo, tomó un avión hacia el feliz reencuentro.
Pero lo que encontró la desconcertó y fue acrecentando su desconcierto el inédito concierto de la otra.
La primera noche la despertó la luz que alumbraba de lleno su almohada, pudiendo seguir, a su pesar, con perfecta precisión, el recorrido que su amiga hacía a través de diferentes piezas de la casa y, despreocupadamente, se volvió a dormir.
Durante el desayuno, distraídamente, con humor, Lara aludió a los trajines nocturnos.
Y la otra, negó.
La segunda mañana, desperezándose, Lara vió un cuaderno manuscrito abierto sobre la mesa de estudio situada frente a su cama, diáfana con seguridad la noche anterior.

Pudo más el respeto que la curiosidad y se encaminó a la ducha.
A su vuelta, encontrando entonces cerrado el cuaderno, dudó.
Y pudo más la curiosidad que el respeto y lo abrió y leyó varias veces lo escrito con aquella perfecta y hermosa letra por ella tan bien conocida.

Durante el desayuno, sin delatarse y de soslayo, Lara buscó algún indicio o señal sobre aquello que leyera en declaraciones de odios, insultos y terribles apreciaciones que solo a su persona concernían.
Y la otra, negó.
Y como el cuaderno no volvió a encontrar a su vuelta al cuarto. Lara dudó.

La última mañana, sin dudarlo, no deseando saber ni averiguar, resueltamente, quiso Lara reafirmar el vínculo intacto de su incondicionalidad y cariño con alegrías y reconocimientos, generosa y dulcemente entregados. Y dulce hubiera sido la despedida de no haberle anunciado la otra, al hilo de despedidas y comunes recomendaciones de cuidados y empeños, la llegada de sus padres y hermanos, en breve, a su lado.

Seria, taxativamente, Lara le aseguró que fue hija única. Y, comprensiva, delicadamente, abrazándola, intentó reconociera la pérdida de los padres a temprana edad.

Y la otra, seria, taxativamente, negó, respondiendo herida : “tu estás loca”.