sábado, 2 de septiembre de 2006

Tahúres.

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Hay veces que ganamos perdiendo y al contrario.
Al margen del tesón, el deseo y la voluntad, se encuentra la arbitrariedad azarosa de la existencia, sin tenernos en cuenta.
No obstante, hay tahúres que se mecen en brazos de la constante.

En la vida de ciertas personas hay sobrados momentos que, considerados a “posteriori”, aparecen como líneas definitorias de un espectacular ascenso, las de un espectacular declive.
Incluso hay momentos, días en sus vidas, en los que, simultáneamente, se les dan ambas cosas. Pese a estar llegando a la cumbre o haber llegado, vinculante, se ubica, cuesta abajo, el declive adosado.
Cada cual puede creerse más fuerte o débil de lo que en realidad es, haciéndole un "envido a la grande" a la vida, perdiendo el control y la partida.

Comienza entonces de nuevo el olvidado aprendizaje de escuchar el secreto sonido de anidados temores, miedos certeros que durante algún tiempo consiguieron mantener amordazados, soterrados bajo animoso espíritu, en existenciales cabriolas y juegos de manos.
Quizás es la razón por la que ciertas personas concentran por completo en su persona toda la atención, toda la energía y primoroso cuidado. Para disipar, acaso, la oscuridad.
Acaso, para perfeccionar sus tretas en el juego y recolocar sus cartas en la manga guardadas con el empeño, siempre escaso de luces el narcisista, de hacer de ello un pseudoarte el pseudoartista, apostando por su destreza para no ser cazados, descubiertos, evitados, expulsados del paraíso del común de los mortales conocedores de sobras, por simple y llano instinto, de insolvencias, sableos y trampas, de los que, como él, con faz amable y verborrea en trances, atrozmente abusan, reiteran y en falsas humildades ensalzan, marcando de antemano sus cartas.

Es el caso de Erika H. a la que encontré, como siempre, en barbecho.
Como antes, como ahora, como siempre... con ternura.