sábado, 18 de noviembre de 2006

Juegos de baile.

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Nunca fue un “pasen y vean lo que hay en mi corazón”.
Cansado de palabras desprovistas de valor y con una visión difuminada del exterior y de su interior, no se molestó en calibrarla cuando apareció en su vida en la que se introdujo de puntillas aposentándose sin pedirle permiso.
Ella, disfrazada de tímida, trataba ser misteriosa, sincera a deshoras y, aunque siempre iba de buena, lo pudo él constatar, era una auténtica desalmada cabrona.
Esa partida él ya la había jugado y perdido antes varias veces, pero aquel verano estaba cansado y harto de ser un esperanzado amante perdedor solitario sin nada más por perder o esperar y, sabiendo que él también podía y sabía jugar por jugar, esa vez las reglas del juego correrían por su entera cuenta, sin riesgos.
Y juntos bailaron durante meses al son de la indiferencia, el consentimiento y el desdén.
Infeliz y estúpido se lo creyó, y mientras iba avanzando el baile y siguiendo el ritmo en danzas, la fue conociendo bien en trampas, engaños y traiciones aunque, no obstante y muy a su pesar, tuvo amargamente que reconocer se hallaba de ella en profundas enamoradas condiciones,
-“¡ es que nunca vas a aprender !”-.
Por eso, cada noche, cada madrugada, cautelosa, sigilosamente, se escapaba hasta la mañana, considerando que, de quedarse, su sentimiento por ella al permanecer a su lado y sentir su pausada respiración, contemplándola, sintiéndola desarmada, dulcemente dormida, se haría, si cabía, aún mayor...
Hasta que una tarde anochecida, cercana la navidad, después de hacer el amor, ella cerró a cal y canto la puerta de la casa y de todos los armarios escondiendo las llaves, se puso sus pantalones y la camisa del día que había él dejado en la cesta de lavado y, relajadamente satisfecha se acostó bostezando a placer, dándose la vuelta en dirección a la pared mascullando...
“Ya no podrás jamás escapar”. Siniestramente sonriendo.