lunes, 17 de noviembre de 2008

Pasos.

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Como vivía en el primero sin ascensor, bastaba con colocarse tras la puerta y esperar a que él bajara por la escalera.
Jamás se equivocaba, conocía sus pasos a la perfección.
Cuando escuchaba el portazo y después sus descendentes pasos, salía y hacía que se colocaba lo que la cubría, como si se tratara de una casualidad.
Se saludaban y, en el escaso espacio hasta el portal, intercambiaban impresiones sobre las prisas, el frío o el calor.
Se miraban, cierto, pero él jamás la miró con intención.