domingo, 1 de octubre de 2006

Hermanos.

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Hay quien tiene hermanos de sangre, de amistad o adoptados, bien amados,
y quienes hermanos teniendo, por avanzada edad, como nietos por sus padres fueron tratados consentidamente recibidos y, como hijos, por sus hermanos de por vida sentidos.
Hay hermanos que no se tratan e incluso odiarse proclaman no pudiéndose ni ver siendo de la misma sangre y, los hay sobrados, mediohermanados, que por entero se aman.
Hay quien es hijo único recreando hermandad, haciendo de vecinos familiares y, de amigos, hermanos auxiliares. Disfrutando o sufriendo, a su manera y conveniencia, su real exclusividad.
Y aunque en los lazos de la sangre y en su incondicional peso la fe ciega de otros no profeso, a veces, me encuentro pensando... de entre los hermanos de los mismos padres, por las mismas sangres engendrados..., en los míos los pensamientos afianzando.
Puedo mirar a mi hermana mayor, a la mediana o a la pequeña. Pararme a mi único hermano a considerar, considerando que, de no ser yo quien soy, cualquiera de ellos, fijo, yo podría haber sido.
Pues fueron los mismos dos impulsos unidos, idénticos resultantes flujos y reflujos creadores de vida en consecuencia resultando, herencias genéticas y adeenes al unísono atando, en idéntico orden y concatenación, sin fisuras, el respectivo origen vinculando por siempre, de cuanto ellos resultaron ser y resulté ser yo. Esos mismos dos los que, en deseos acudiendo, marcaron las entre hermanos azarosas naturales diferencias, como única excepción, en la fecha una décima de segundo en la de cada vida concepción.

Quizás es por eso que ... en sus cumpleaños o en cualquiera de ellos celebrado o desgraciado evento o estado circunstancial, para bien o para mal, siento en mi sentir profunda legimidad.
En lo interno y externo única e irrepetible individualidad, anidada entre la de ellos en suprema esencia, la mía, y en gran medida pareja,
en exclusiva identidad.