domingo, 15 de octubre de 2006

Un destino.

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Hoy te voy a hablar sin remilgos, como me dicta el corazón. Y es que siento que, a pesar de todo, el destino encierra cierta extraña forma de justicia, aunque en ello no intervenga entendida la razón.
Cuando es adverso, nos rebelamos en un principio contra él, pero cuando nos susurra los secretos de nuestro espíritu a solas, en calma, deberíamos, a veces, inclinar la cabeza en consecuente acato después.
Que ahora comprendo y en mi haber y conciencia meticulosamente apunto que, de haber continuado en lo que andaba, la destrucción hubiera sido completa en mi desgracia y los destinos de los por mi amados sin redención destrozado, de no haber el destino tomado cartas en el asunto.
Mi mujer, mis hijos, principales piedras de toque, carnes descarnadas de mi cañón, bajo mi solo dominio fueron enrojeciendo sus ojos a la par que los enrojecía yo, marcando sus ojeras como si las mías fueran y sin cejar en el intento por disimular ser otras personas, cayeron en la más profunda humillación, a mi arbitrio y, por completo, libre disposición.
Mi familia no decía nada ni propiciaba de encuentros la ocasión, pues al igual que yo hacía por no verlos, ellos preferían no verme. Luego me dijeron que actuaron así por..., creo recordar, respeto y discreción??.
Mis amigos, los verdaderos, los que jamás antes me fallaron ni hasta la fecha me han fallado y a mi lado se alinearon, trataron de advertirme innumerables veces. Por eso de ellos me alejé y en cuanto pude, me deshice, tratándoles de pandilla de fascistas e hipócritas coñazos moralistas, antes de que el destino asomara su oreja y señalara con su dedo mi dirección, con terrible simetría y en perfecta proporción.

Hoy te lo digo desde aquí, sin remilgos, como me dicta el corazón, sosegadamente, en soledad los secretos susurros de mi espíritu escuchando, comprendiendo, estimando que, en realidad, después y a pesar de todo, el destino encierra una cierta extraña justicia aunque en ello no intervenga entendida la razón.